A una amiga se le murió su papá y a las pocas semanas, vi en sus redes sociales que se fue de viaje con su familia. Con el ánimo de ponerme en sus zapatos, pensé, ¿cómo es posible que pueda disfrutar y sonreír para sus fotos después de semejante pérdida? Si estuviera en su lugar, creo que no habría tenido el ánimo de salir de casa.
Tratando de entenderla, recordé que seis años atrás cuando murió mi abuelo paterno, a semanas de su partida, también hice un viaje con un grupo de amigas. En ese entonces viajé sintiéndome mal, y justificando el hecho con el argumento que ya teníamos todo organizado meses atrás. Mi abuelo era mi adoración y sentía que merecía mis lágrimas, mi dolor, mi silencio y mi luto.
Entre mis creencias pensaba que la muerte de un ser querido era algo muy difícil de superar, e implicaba quedarse en casa sumida en el dolor hasta que este se fuera disipando lentamente. En medio de la convalecencia de mi abuelo, siempre pensaba cómo haría para superar su muerte, pues ya sabíamos que ese sería el desenlace.
Esta fue la primera pérdida de alguien tan cercano y, sin darme cuenta, viví un duelo anticipado, porque lo acompañé en una enfermedad que durante dos años lo mantuvo entre tratamientos, hospitalizaciones y en casa rodeado de la familia. Orábamos y compartíamos tiempo juntos.
De los sentimientos que me embargaron en ese viaje, recuerdo la sensación de querer recorrer caminos y encontrarlo entre la naturaleza. También fui capaz de sonreír para las fotos, publicarlas en Instagram y de vivir en medio de la tristeza momentos de paz rodeada de buenas amigas. Hace un año mi papá también falleció y, creo que entendí mejor a mi amiga; ya que lo único que deseaba era salir corriendo.
Visitar iglesias y sagrarios es una buena forma de afrontar el duelo. Este tipo de espacios se pueden aprovechar para orar por el ser querido que ha fallecido y para pedir fortaleza para asimilar su ausencia.
Viajar durante un momento de duelo, no es mala idea. Según mi experiencia, puede convertirse en una terapia que permitirá canalizar el dolor, encontrarse consigo mismo o tener algo de paz en otros ambientes. Así mismo, puede ser una forma de regalarnos un espacio para orar por el alma de ese ser querido que ya no está y pedir la fortaleza necesaria para continuar.
Considero que es posible disfrutar de un viaje en medio del duelo. Sin embargo, esto no garantiza que no habrá momentos de tristeza o en los que se nos vengan recuerdos que nos llenen de nostalgia. Lo más importante es canalizar ese sentimiento para poder continuar.
Un momento sin tristeza
A mí particularmente me ocurrió algo curioso. Cuatro meses después de la muerte de mi padre, yo también viajé a destinos que soñaba conocer y me propuse disfrutar de ese espacio sin darle campo a la tristeza.
En cada viaje solía comprarle un pequeño regalo; y mientras estaba en Turín y me arreglaba para salir a conocer la ciudad, pensé con mucha emoción: “voy a comprarle una camiseta de la Juventus a mi papá”, equipo italiano que él admiraba, pero luego recordé con una gran tristeza: “a cierto que ya no está”.
Se puede decir que viajar en un momento de duelo es una decisión muy personal que varía según cada situación. Todo depende de cómo nos sentimos, si creemos que ya estamos preparados para tratar de seguir con nuestras vidas o, si por el contrario, consideramos que aún necesitamos tiempo para asimilar esa ausencia.
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